miércoles, 16 de enero de 2019

II. Agua




Voy a buscarte. Te veo cruzar la vereda con ademanes de tropiezo. No esperas que los semáforos cambien. No crees en la razón de la espera. Casi tropiezo yo también por seguirte con la mirada. Voy a buscarte. Eso hago bien. Ir a buscarte, llevarnos a pasear. Creo recordar que alguna vez me dijiste que cuando hace frío y viento, el sonido de las hojas moviéndose suena distinto. En eso pienso mientras desvió la mirada hacia los árboles y dejo que te acerques. Nos abrazamos. Increíblemente en ese momento no tropezamos. Me acomodo la ropa, corro mi pelo detrás de las orejas. No entiendo cómo elegí lo que me puse. Manejo por las calles de los barrios, no importa si tardo más. Me gusta imaginar la vida privada dentro de todas esas casas, sobre todo si es de noche. Entonces me decís que te gustan las luces tenues de los veladores cerca de las ventanas que dan a la calle, el olor a salsa, escuchar algún instrumento sonando y nunca vislumbrar siquiera la sombra de una persona dentro. Te sonrío. Te digo tantas veces que estaba pensando lo mismo que ya no me animo a decírtelo. Elijo elaborar sobre la idea hasta que estacionamos. Caminamos hasta el río. Suenan nuestras latas al abrirse. Brindamos por esa calma necesaria. Por el horizonte de agua aunque esté oscuro y solo veamos puntitos luminosos, veladores encendidos en los barcos. Me contas que en tu niñez tenías un libro que se llama Boya. Una boya roja con una campana y un farol que vivía sola en el mar. Tenía por amigas a una foca y una gaviota. Me decís que era uno de tus libros favoritos. Que había algo en ese libro que siempre lograba conmoverte una y otra vez. Me decís que no crees ya tener ese sentimiento. Que todo te aburre demasiado rápido. Luego te quedas en silencio y recapacitas. Me decís que en realidad eso te pasa con las personas. Entonces quiero convertirme en una boya roja con una campana y un farol que ilumine toda la noche. Elijo decirte que no creo que sea así en realidad. Acaricias mi mano en agradecimiento y te paras. Me enriedo viéndote ir y venir por el anfiteatro abandonado. Quiero levantarme e ir a buscarte. No puedo. 
Me siento flotando. 
Pasa cerca de mí una chica en bicicleta. Una pareja paseando un perro. Un tipo con ropa deportiva hablando por teléfono. Tu voz me llega como un eco. Ya no vislumbro tu sombra.



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