martes, 4 de enero de 2011

Un día

Olvidemos nuestras diferencias. Olvidemos las similitudes. Olvidemos las veces que decimos lo mismo y nos reímos ante la sorpresa. Estamos tan conectados mentalmente que quizás sea cierto que no necesitemos hablar. Si con silencios le descubrimos la forma de perro a un árbol y miramos los saltitos de los peces con aprobación. “Salen a tomar aire” te diría más tarde.
Estamos tan conectados. ¡Te agarré!, y me agarré, en el momento de la frase cursi.
Claro que vamos a decir lo mismo, si tenemos un gusto similar en un sinfín de cosas. Sinfín como la historia sin fin. Y ahora que lo pienso, el perro-árbol era como el perro-ave de esa película.
Todavía me rasco los tobillos buscando las reminiscencias de la noche. Dos pasitos y me debe haber picado un mosquito. Otros pasos y te vas a lastimar. Otros, tu campera tiene muchos cierres.
Me rasco y es todo lo que queda. El momento culmine del recuerdo queda atrapado en esa materialidad palpable. No se ve el abrazo. Ni la sonrisa. Ni la reproducción fílmica mental recrearía con precisión los detalles. ¿Cuándo fue que se me salió toda la sangre y quedó atrapada entre tus uñas? La luna estaba asomándose por encima de los techos, pero de tu lado era más gigante y yo la veía más amarilla. Te limpiaste los dedos en el borde de tu pantalón y ahí debe estar mi reminiscencia presente. La mancha, el bote, los remos, el motor. Ahora si llegarán hasta el otro lado del mundo.
Takk.
Lo que pienso es que “nada” tiene una corriente eléctrica de partículas excesivamente lúdicas. Claro, podríamos estar así todo el día que nos entenderíamos igual. Hasta que un golpe de un garrote invisible nos tirara al río y sí que el agua está fría; podrías bajar a rescatarme aunque se nadar, pero voy a dar manotazos de ahogada con tal de que aclare el día de nuevo. Son las 3 de la mañana te diría por tercera vez, pero de todas formas no estaría amaneciendo, y tenes razón.
El viento, la lluvia, el continente viejo, pero por sobretodo, el huracán. Viste la fuerza, viste lo gritos. Por supuesto que no. Los sentí. Entonces vamos bien. Un dos y tres cosas más, sueltas, escurridizas. Es muy cómodo escribir así. Entendes, entendes, entendes, y el Word me sigue marcando que esa palabra no existe, que tratarse de “vos” está (muy) mal.
Entiendes.
Me sigue picando los tobillos, pero ayer era uno, hoy es otro. Siempre fueron los dos, quizás no quería caminar más y entonces poder centrar mi atención en el ruido del agua cayendo.
La señora delante mío en el colectivo dijo: hasta pacheco. Y el colectivero marcó: 1.50. Todo lo que tenía yo eran 1.55. Iba a hacer trampa, si desde ahí siempre te marcan 1.75, a veces 2.00. Iba a hacer trampa, entonces nos conectamos mentalmente con el conductor. Ves, es una pelotudes eso de las conexiones, no tenemos que creernos importantes.
La moneda de 5 centavos es otro testigo. Y el rollo. ¿Cúando llegó a mi cartera?
Y no quería eso de irme detrás de los colectivos. Si toda la vida los estoy corriendo. Se me cerró el pecho.
Atención. Escaleras resbaladizas. ¿No te pasas la vida siendo atropellado todo el tiempo? Señora, su hijo se iba a morir de todas formas, le agarró la muerte súbita, después lo atropellaron, irremediablemente.
La casa de las ventilaciones, la de las milanesas, la de las empanada s.
La casa en las afueras de la locura.
La casa musical.
La casa corazón. Feels like home.
Volvamos al principio: colgada.
Volvamos al final: lindo.
Recorramos el camino, que eso de gritar en silencio nos salió muy bien.