jueves, 10 de septiembre de 2015

Preámbulo. Libración.





                                                                               A Dani 
                                                                               y a su hermosa influencia.







No la miro  porque no hay motivos para entenderla e hilarla con trabajosa paciencia.
No la pienso,
no la siento.
Huyo de ella como si huyera de mi sombra,buscando otras luces que no se le asemejen, que no describan sus contornos letales,
si ella es toda nada, efímera, esquiva,
Huyo, de ella,
en colectivos y trenes, recorriendo espacios, dormida, despierta, 
cavilando si debajo de mi ropa o de las sábanas que son océanos,
ella no pueda llegar a  rescatarme. 
No me doy cuenta del paisaje, ni de  las personas que  se sientan a mi lado;
se levantan y se van, tal vez, también, abstraídas con sus lunas.
No la manifiesto,
no sé si está escondida, si es momento de que vuelva a brillar.
Medianoche de cosas que no desaparecen sin dejar un rastro,
ella sentencia un deseo póstumo.
Por  eso la desovillo para que nunca se alce llena,
ovalo pesadillesco, hermoso.
La vuelvo a armar con esa paciencia que se le tienen a las cosas frágiles,
despojándome de ansiedades, 
construyendo el eje por el cual giro en torno a ella.
Soy su aura, su fantasma. Su cara,
su roca helada
,y no la miro porque …
A veces salgo al balcón y me encuentra de frente o de espaldas,
obligándome a darme vuelta y a contemplarla con esa luminiscencia prestada que ralentiza todo.
De vez en cuando las pequeñas maravillas que interrumpen el silencio, sombras de luz plateada,  
le dan comienzo al ritual,
y suspiro.
Soy su montaña,
el cielo y la tierra que no posee.
Y ella,
me deja ser el momento a través del cual yo imagino todo esto.
Me deja hablar con estas palabras que son suyas, 
que rebotan para siempre en los labios y en las manos, y suenan y suenan;
me oculta de lo que creo ser; me devuelve
con la cara estúpida, desencajada
haciéndome trizas la razón;
me trae austera,
llena de esperanza,
y no la miro porque no quiero amar ese fulgor que pronto será oscuridad,
no quiero atarme a su vértigo y que me deje desamparada,
cayendo sin remedio
en la órbita de su influencia.

domingo, 12 de abril de 2015

VII Cuarto menguante

Cuando te veo me gusta imaginar que vos también la buscas a Cesárea Tinajero,
que venís con el ánimo de arrastrarme hacia los negocios de las galerías antiguas
como si fuese un ritual que solíamos hacer en nuestra infancia,
y ahora no fuésemos más que niños comunicándonos con el lenguaje del asombro.
Y aunque nunca sé qué va a pasar, salvo esta desazón,
me gusta que retumbes en todas las paredes,
volver cansada del día
y tener que inventar estas letras para hacer que te vayas.
Abro mis ojos a la noche y vuelvo a pensar
en esos primeros besos entre rascacielos y sótanos,
sentada en una escalera, sobre el río,
 o en la esquina de una calle cualquiera después de tanto caminar.
Cómo me veo a mí misma desnuda sin conocer el cuerpo que visto,
absorta entre los objetos que te representan.
Cómo me vuelvo sola después de kilómetros de todo y nada.
Sigo la sombra de tus ojos,
sigo los pasos que me distancian de tu cuerpo.
Cuando cruzo se anula mi nombre,
y soy el pájaro y la jaula,
y me espanta lo fácil que es dejarse caer queriendo.
Y aunque sólo seamos estatuas o jardines roídos,
en nuestras bocas suceden tempestades en las que nos despegamos los rostros,
en las que nos alejamos de leernos con las manos,
y  nos damos el privilegio del adiós.
Me anticipo a preguntarme si lo que hay entre nosotros es crueldad,
pero tu letra me impugna,
me dice que no podrías contestarme con este viento,
no mientras lleve mis cuadernos como vicios,
como cosas bonitas en las que pretendo hacer del tiempo un concepto en desuso,
y por los que entiendo que todo lo que aprendemos con certeza del amor
son sus formas de destruirlo. 

viernes, 30 de enero de 2015

Post viaje

Devolverle al cuerpo
sus funciones,
sacarlo
del estado de alerta.
Devolverlo a la canción
que ya conoce.
Que se descubra las extremidades,
que vuelva a sus dolores
con la piel más curtida.
Devolverle al cuerpo
los rincones recorridos,
la necesidad de ser tocado como antes.
Abrigarlo al amparo
de lo que quedó suspendido.
Pero tajearlo, hiriendo,
dejarle el pecho abierto
y que dialogue
con esa mirada de mundos.
Que no pueda olvidar
cómo las bocas
pronuncian nombres
que cruzan las fronteras.
Y que lo dejen maltrecho,
anhelando con dulzura
que vuelvan las turbulencias,
y que sea posible
por un momento
que las historias
se encuentren en los cuerpos,
y que no se separen
aunque sean un punto en el mapa,
aunque crean
que esta realidad
de cosas conocidas
los moldea.
Devolver al cuerpo
al lugar del que nunca ha salido,
pero dejarle el gustito,
dejarle el pensamiento.