miércoles, 14 de julio de 2010

Somos dos: II. Guardemos.

Esperma.
¿Qué podemos decir del esperma?
Hoy dije, qué dijimos.
Semen, dice Maro. Una canción de los redondos se llama semen up.
Seven up, o semen up.
El encendedor de mi hermano baila entre mis dedos. Suena, chispea, quema.
Pánico y locuras en el country. En "barrancas" queda más chic. Usemos los términos. Vendámoslos.
Donantes de esperma. Yo quiero ser donante de esperma. Es mi donación al mundo.
¿Contribución?, me pregunta.
Quizás.



Bono lo cantaba cuando estaba de drogas. Hay dos temas que hablan sobre la droga.
1. bAD
2. rUNNING TO STAND STILL

Ese no lo tengo, ¿cuál es que el tengo yo, Pety?
Acthung baby, sweetheart.

[ Y para colmo decís: estamos drogados y ese es nuestro estado. Join us or not. ]

Shit happens. Casi al mismo nivel.


Telégrafa. Pienso que esa palabra tiene que llevar un acento importante en la útlima “a” que no existe.
Yo soy eso. Voy a escribir las crónicas de nuestra…
¿Qué? ¿Nuestra qué? Hablame bien y alto porque estoy sorda, Peuty.

Julie du Peuty.
Hay que saber de su vida, me dice Maro.
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Es importante Belty. No, Pelty.
¿Qué tenes con las L, Maro? Te gusta la lala, por las eles.
Son diferentes las invasiones, dice Maro.

No, dijo “acentuaciones”.


Lo que pasa es que Maro no sabe pronunciar las palabras correctamente. En realidad, lo que ella sufre es la inteligencia del genio, valga la redundancia. Pero, como cuenta la leyenda, la genialidad del genio radica en su genialidad por la música, lo que hace que no pueda desarrollar el lenguaje verbal pero sí el lenguaje musical.
Seres con oído póstumo, no así su capacidad de comunicación lingüística con el mundo.
Maro no puede hablar, pronuncia mal las palabras.
Y yo, yo. Invento excusas. Me tiemblan las manos.
Esto no es.
No, y en esta negativa: la respuesta.

Puede ser. Somos un video de mtv, afirma Maro.


Siento mis manos muy largas, y se mueven al son de una música. Tan sólo un poco, como si nada, como si fuesen algo más; y son magas de nuevo, como reptiles, como los sapos que pueden saltar lejos y no ser vistos, no ser vistos por sus víctimas. No ser escuchados siquiera. Entonces dedos largos como eso y nada más que eso. Venas largas porque parecen ser venas de piel, del color de la piel, pero son venas de piel, no del color de la piel ¿Cómo puede ser posible? Como venas secas entonces, pero no. Están vivas porque se mueven y cada vez mas rápido, sin margen de error.
Error fatal no deber haber entre las palabras. No debe existir percepción. No quieren ser escuchadas porque de ahí radica su fama, de ser señoras de la discordia, de ser palabras que reniegan de serlo por el simple hecho de tener la carga verbal de destruir y crear a su antojo. Es casi como si pudiese tocar todas las notas del tema que estoy escuchando. Siento esa facilidad que sienten los músicos cuando tocan instrumentos. Igual no los puedo entender.
Recreo mental.


You used to be all right, what happened?
Etcetera, etcetera …

viernes, 9 de julio de 2010

Somos dos: I. Entre sábanas.

.


Me duermo.
Digo, me viene el sueño. Digo, me pesan los párpados, me siento relajada, mi cuerpo se acomoda en esa posición algo extraña y no duele ninguna esquina, ninguna articulación. Tampoco suenan los dedos cuando los estrujo unos contra otros y los estiro hasta que se tensan, hasta que llegan al límite; ese límite que te hace dar cuenta que no dan para más, que ya no van a sonar.
Me duermo.


- ¿Qué?


Ya me desperté.


- Perdón.


Está bien.
Tengo los pies fríos. Me gusta tener mala circulación. Me gusta asomar la vista hacia el final de la cama y ver los pies un poco más allá de los ojos, casi bordeando los costados más ajustados de la sábana pero sin llegar al fin, y entonces es darme cuenta que nunca voy a crecer lo suficiente para desbordar la cama y abrazarla ida y vuelta con mis brazos y piernas. Digo, levantar mi cabeza apenas para ver los pies, los pies blancos, inertes, en ese otro lado. Pies muertos.


- Escucha.


¿Qué?


- Eso, de nuevo.


Me muevo bruscamente buscando cambiar mi posición para no hacerle caso. Lo habrá entendido porque se queda mudo unos instantes, boca arriba. Yo, con mi torso hacia la cama y mi rostro contemplándolo. Ahora entiendo que está esperando volver a escuchar lo que cree haber escuchado.
No es nada.


- Sí, lo es.


Y cuando me dicen las cosas con una convicción determinada, siento que de alguna manera me están derrumbando. Algo dentro teme y quiere manifestarse con tal fervor que me siento avergonzada y tengo que hacer un esfuerzo sublime para dejarlo en vilo, aprisionarlo y tirarlo al rincón más recóndito de mi ser sin procesarlo, digiriéndolo quizás en un lenguaje corporal ínfimo, como un pequeño tambaleo o un morderme el labio.


¿Entonces?


- Algo, no sé.


Los pasillos, los relojes, el espacio abierto entre la puerta y el piso. Las paredes y los sueños. Pesadilla. Malestar. Un vaso de leche. La tele encendida, mezclando sus emisiones con retazos de mal dormir y preocupaciones del día. El leve sonido de la almohada al ser arrojada cuando ya no sirve ni para imaginar que estas abrazando a alguien. Un motor que arranca, puertas que se cierran. Una persona que grita afuera.
Te imaginas.


- No.


Frunzo el ceño. Resoplo. Todo vale para sacar el miedo que ya se acumula en mis manos. Pero nunca voy a admitir que yo también escuché algo. Ese algo que no tiene más que la descripción de abarcarlo todo, de ser genérico por descarte. Se anuncia cuando menos te lo esperas. Lo hace de esa manera tan sincronizada para no entenderlo. Percibirlo pero no entenderlo. Aún así, se te queda en la piel resonando como si tu cuerpo mismo fuese una caja inmensa y vacía a donde van a parar todos los sonidos. Y ese algo cae como una gota de agua. Constante y frío.
Me queres


- ¿Qué?


Asustar.


- No. Tal vez,


¿Qué?


- es el viento


Sí. Las hojas en otoño ocupan la casa y la capa de tierra cubre todo lo que se descuida. Las trae el viento, como trae también a la lluvia y a los días secos.


- contra la ventana.


Las proporciones de los espacios en los que vivimos están mal distribuidas. Exageradas. La cama nuestra está acá, pero la separa un largo trecho de la ventana. Un trecho en el cual nada pasa, nada hay, nada podría suceder. Allí guardo mis ratos de meditación. Allí se pierden mis ojos cuando en la oscuridad buscan la luz que le niegan los horarios, luz que se filtra por aquella ventana. Ventana que de todos lados parece estar agujereada, mordida, a punto de hundirse en el olvido si no fuera por la pared que la sostiene, que se raja y descascara con el único propósito de seguirla sosteniendo.
Claro que es la ventana, si no cierra.


- Sí, es vieja.


Y sí.


- Entonces.


Claro, eso. Lo irremediablemente eso.


- Bueno.


Y los dos parecemos sincronizar en el mismo punto del techo en el que deseamos desaparecer. Sus manos también deben pesarle.
Dale, date vuelta.


- Dame sábana.


Buenas noches.