viernes, 20 de agosto de 2010

The broken-hearted historia.

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Auguro prosperidad a quien cuyo semblante de persona de pocas palabras mereciera tener un presagio de buena fortuna.




Si se fijan bien, es un sujeto de rutinas varias que comienzan en el principio del día y siguen hasta cuando se le ocurra terminar. Sucede que cuenta cada pestaña de sus ojos frente al espejo y cuando pierde la cuenta, empieza otra vez. Dice que llegó hasta la número cientosesenta. Dice que algo en la numerología lo predestina a no llegar mucho más. Pero a veces puede llegar a atardecer y él sigue contándose las pestañas hasta que empieza a dolerle el cuello y de noche no lo deja dormir. Cambia almohadas varias. Recurre a un traumatólogo los martes por la tarde. Le comenta que su dolor se debe al constante stress que le genera el trabajo. La verdad es que hace un año le dio un síncope. Desde entonces trabaja en casa. Sólo se acerca a las oficinas los lunes por la mañana, entrega su trabajo y saluda a sus compañeros. Dice que le molesta que siempre se refieran a él como “corazoncito”. Dice que le molesta la sonrisa que acompaña a ese diminutivo. Le recetan pomadas varias. Ahora se sienta, cuenta lentamente, se pierde en el cuarentaycinco; muy poco esta vez. Y es que comienza a no ver bien. Le duele la cabeza, se le nubla la vista. Antes de ir al oculista se le da por experimentar con una lupa entre medio de sus ojos y el espejo. Al cabo de dos días resuelve que es demasiado complicado. De todas maneras, a su edad, ya era claro que necesitaría anteojos. Recurre al oculista. Dice que no había mucha luz en el consultorio, no era justo para él, si con un poco más de esfuerzo alcanzaría a vislumbrar correctamente las letras más chiquitas. Dice que eso escrito en el cartón no se parecía a una E. Le recetan unos cilindros. Así le dice. Consigue los anteojos y se le da por abandonar a sus pestañas. Ahora su vida gira en torno a los lentes. Se compra un telescopio, pero las estrellas son todas las mismas y de las fugaces aún espera que le cumplan sus deseos. Pasa días sin hacer nada. Es lunes otra vez. Hace las compras. Se topa con una revista sobre pesca. Viaja a Chascomús. Le llueve en la ida, le llueve en la pesca, le llueve en la vuelta. Gripe. Y vuelve la primavera. Alergia. Y se hace verano. Y podría intentar eso de tomar sol en la terraza hasta que lo llama su amigo Fabricio. Viajan a Mar del Plata. Conoce a Verónica. Para el invierno se olvidan. Se siente como el ocaso de los días más prósperos. Proclive a la penumbra pero aún dispuesto a aportar su granito de arena al mundo. Destina mitad de su sueldo a comedores varios. Se alista en la cruz roja, organiza grupos de autoayuda. Conoce a Brisa y al budismo. Zen, yoga y paz. Conoce los celos y el engaño. Un ataque de ira lo arrastra de urgencias a las camas del hospital. Los clics de las lapiceras de los médicos insinúan by pass. Promete un corazón sin tropiezos. Cambia de aires. Ya no sale de casa por si acaso. Ya no hace esfuerzo por si acaso. Desenchufa relojes y emociones. Lo invade la vida nocturna. Talks shows y productos de sprayette. Tecito. Caramelo. Madrugada. Zumbido. Ronquidos. Medio cuerpo en el sueño. Medio otro colgado del vacío. Se olvida de los lunes. Se olvida del teléfono. Llora. De vez en cuando reza y vuelve a llorar. Tres pestañas se le caen al pasar por su propia sombra una y otra vez. Recurre a un psicólogo. Se encomienda a dios un día de pronosticada lluvia y se va hasta Lujan caminando. En el camino, la revelación. Se vuelve. Lee las enseñanzas de Zaratustra. Lee a Joyce y a Hemingway. Se aburre. Recurre a la poesía. No la entiende. Crucigramas. Sudokus. Quizás es mejor volver a la pestañas. Setecientasveinteycuatro son las que sueña. Intenta contarlas. No las encuentra. Corazoncito, ¿dónde te metiste todo este tiempo? Enhorabuena que te sale la jubilación. Los lunes son ahora un vacío en la caja torácica de la rutina bipolar. ¿Captas la onda? Dice que está feliz de no tener que…, pero que es capaz de… Y buscando se da cuenta que ya no importan ni la colección de estampillas, ni los kilómetros caminados por las tardes, ni la radio, ni la cervical, ni las aceitunas, las perillas, las escobas y bisagras. Ni las migajas del pan de ayer que pagó con cambio. Es él con él y sin él.

Un buen día como hoy es que él recurre a mí, que natural vidente he nacido y con ello me gano la vida.

- … y entonces ya no se qué hacer.
- Entiendo. Bueno, esta carta me sugiere un giro inesperado en su vida. Cambios bruscos. Quizás lo que necesite está a punto de sucederle en cualquier momento, pero antes debe entender por qué le pasa lo que le pasa.
- ¿Y eso cómo lo logro?
- Debe poder visualizar el momento en el cuál sus problemas empezaron a tomar forma.




Un leve y sentido dolor empieza a ascender desde su brazo izquierdo hasta su pecho. Se manifiesta como un pánico.



Frío.



Humedad.

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