martes, 3 de agosto de 2010

Ver te de mí ,

Algo tiene que salir. Después de un rato, después de lapsos.
Es interesante como los dedos se pierden en el sexo y empiezan a moverse lentamente hasta consignar una velocidad adecuada. Eligen caprichosamente la expresión del deseo. Y luego de todo, quieren seguir haciéndolo.

Nunca podría admitir que deseo más personas de las que me interesan.



Hay una consigna esta noche, si la pulcritud de los espacios vacíos del tiempo no avisan que mañana hay que correr de nuevo por la vida. Alcanzar – la.

Siento que todo este tiempo estuve enamorada de la risa anónima.



Se mira para arriba, a la enredadera de ramas. El cielo siempre es la porción de vista fragmentada por cables, reuniones, nubes y estrellas. Las alas de las aves que cruzan volando los espacios inventan círculos y paradigmas. De alguna manera parecen nunca avanzar. Nadan contra la corriente de viento.
Reproducción.
El sol brilla tan alto. Me quema la piel de a poquito. Anuncia el verano.


Cuando te escucho, presumo que estás hablando desde el lugar de una persona que intenta expresar lo significativo de ser un escritor. Entonces los adornos, las palabras adjetivadas, corrientes de ideologías póstumas, accesos a la enciclopedia mental como una suerte de álbum de figuritas del lector. Pero tu pluma se desquita con inventar cómo debe ser respirar debajo del agua.


Accesos de tos.
La marea sube hasta los ojos y vuelve con violencia hacia los pies. Todo está planeado para caer y sin embargo la soga nos sujeta el cuello, nos mantiene en vilo.
Arcadas, y nada más.




¿Qué me duele?
La esquina de piel que cae porque el sol la seca al mediodía cuando me quedo dormida en la penumbra de la idea de hacerte un hueco entre mis silencios y que no quieras ocupar ese espacio.
Recorro los estandartes de la desolación, cruzo caprichos y llego a la voz de la calma.
Me dice: anda despacio, deja que los pies hablen con el ritmo que se les antoje.




A ver quién…
quién le quita al sueño
estas caras durmientes.






Poco a poco se multiplica tu figura, montada una encima de la otra. Sos miles de rostros repetidos con cada golpe.

Seco,
golpe
séco
secó
se - co.

Es gracioso, hilarante, estúpidamente ridículo; y hasta se me antoja delicioso el confundir, el andar errada y creer en las cosas que dolerán luego, como si se me fuera el grito en ese antojo.

Pulcritud que mancha las vigas de la importancia.

Creíste amar las arrugas de mi rostro. No te importaba la aspereza de los ojos contemplando el infinito porque allí podrías reflejarte, siendo adecuado que te devolviera a tu imagen por amor puro, por esas delicias de la imprudencia de atreverse a mirar un poco más y encontrar a la persona dormida.




Llévense los vasos
en los que se posan mis labios
Aún respiro.






Vuelve la noche lejos de mí. Y la calma me dice: no esperes.

¿Había que correr por la vida? ¿Y no parar?

¿En qué renglón nos perdimos? Ya empiezo a contar, unodosytres, de nuevo.
Por las oscuras y tristes maniobras de mis brazos estirándose. Llevan las flores, llevan el andar y la risa.
Las carcajadas que desembarcan en las aguas revueltas del río ancho que ilumina al puerto y al ahogado.

Las alas de aves,
aves de alas que vuelan, pero no todas las alas de las aves vuelan.
La mías aletean y descansan fatigadas.



Después de todo supongo que habrás de recordar las casas de tu niñez. Las personas que intentaron amamantarte, y a mi pecho que buscó tus melodías porque no sabía callarse.
Dolían entonces los juegos y las luces de los faroles en la hora mágica. Más a gusto estábamos en el puerto, si ya no olía a veneno estancado, y las grúas, y las grietas, y todo eso que casi parecía espuma de mar envolviendo los pies desnudos que dejarían sus huellas para siempre en ese suelo estrepitoso.



Devolver e imaginar.
Contemplar y contemplarte.
El viento hoy es frío y suena a despedida.


Cuando te escucho presumo que tus palabras no significan nada, siempre sonando como un teléfono descompuesto.
Tus palabras no deben significar nada. En cambio esa manera de apretar los puños y de callar.
Me apura el vértigo y digo que quizás es mejor esconderse debajo de las sábanas.

Porque acaso todo este tiempo sólo estuve fingiendo y mi rostro es el de llorar, y mi rostro es el de recordar todo lo que ya no duele, todo lo que volverá a nacer:
La esperanza.
La canción.




Hablan de mí
porque me anime a vestir
los zapatos de piedra.

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