Cada vez que te cruzo sos
tan catastróficamente vos que parece ser cierto que cada espacio que ocupas es
el mismo. En la ventanilla del colectivo aplastas un lado de tu rostro mirando
de reojo el movimiento de las cosas. Siempre escuchas música. Cuando andás en
bicicleta también. Siempre estas arreglando los cables de los auriculares con
un cigarrillo en la boca. Achinas los ojos por el humo. Arriba de la bicicleta
te ves largo y con una mirada más a gusto. Alguna vez me contaste que
encontraste las llaves de tu casa en la maceta del frente de la casa de tu
amigo, en el medio de la calle o perdida entre los bolsillos de los abrigos que
no usas. Alguna tarde de domingo me
pareció verte en el tren que va a Capilla y cuando te pregunté me dijiste que
tal vez era cierto. Desde las sombras escuché que susurrabas que todo está en
llamas o eso creí escuchar porque siempre me hablas como yéndote deprisa por
entre medio de los árboles y vaya a saber por qué me encuentro en un bosque
eterno.
Las esquinas en las que te
veo quizás las imagino. Siempre me preguntas cómo te veo. Festejas mis
detalles con entusiasmo y seguís
preguntándome sin confirmar o negar todo esto. En los accidentes y las
virtudes, en la resolana de agua acumulada en las veredas, un ritmo de motor
que se aleja, pasos que cruzan. Estiras tus brazos en un bostezo, acomodas tu
ropa y levantas la vista hacia la ventana en la que me encuentro. Quizás logro
observar como una mueca de sonrisa se anuncia en tu boca y en tus ojos, la
claridad del reconocimiento. Levantas un
brazo como para saludarme pero con la curva ya no puedo verte y pienso que tal
vez es sólo un deseo mío.
O quizás fue cierto que al
verme bajaste del colectivo y al alcanzarme tomaste mi mano y me dijiste que estaba bien, que vos tampoco entendías del todo cómo es que palpitamos
al nombrarnos. Que nada de lo que realmente decimos es cierto por miedo a
reconocer las cosas que se nos escapan, que tejen su entramado de casualidades
y gestos en cualquier espacio que siempre va a llevar a encontrarnos. Pero
seguramente todo sea mi mareo o un capricho de ansias de drama, la perturbación
necesaria de una personalidad afín a los desencantos de la esperanza, a una
poesía fija en las cosas concretas. O quizás sea el ridículo de un sentimiento
que no entiende de los caminos, que no sabe bajarse y pedir permiso, hay
alguien que yo conozco y que quiero saludar.
Alguna vez me supiste decir
que me viste caminando por la calle, cruzando veredas sin conciencia, llevándome
puesta a la gente, comprando mandarinas. Juntando las cosas de mi mochila,
arreglándome la ropa, prendiendo un cigarrillo. Siempre con la mirada perdida
que hace que nunca puedas acercarte, como si apremiara realmente el tiempo de
cruzar para llegar a algún lado. Mirando vidrieras. Corriendo colectivos.
Abriendo paraguas.
Alguna vez supiste decirme que parecía que me daba cuenta y
levantaba mi mano para saludarte, que se dibujaba una sonrisa en mi boca. Pero
la luz de giro, la bocina corta, el semáforo en verde, las personas esperando
del otro lado de tu vida.
Te dije que tal vez era
cierto.