por qué el apuro.
Qué nos hace ser escritores,
escribidores,
fantasmas del tiempo.
Será cierto que
cualquier momento
nos permite
una perspectiva del todo?
Hablaría como
verdadera escritora
si me la creo?
O como afirman muchos,
esto de que si no sale
de tus entrañas,
eyectado como sangre
de cualquier herida rabiosa.
Si no empuja,
patalea,
se esfuerza por ser
luz enceguecedora.
Valdrá la pena
las páginas,
las noches,
la acumulación
de palabras leídas,
de conocimiento
ingerido con ansias;
o se trata
de una gran puesta en escena
en un restaurante elegante
en el que fingimos
atragantarnos,
el abismo
por el que caemos
cada noche?
Se torna incierto,
inseguro,
se nos sube la sangre,
nos late
todas las venas del cuerpo
y pensamos que tal vez
todo esté más allá
del azul
más azul que el mar
que el rojo
más rojo que la rosa,
o en el medio de la muerte
de todas las palabras,
allí donde te indican
que no te detengas,
que no escarbes
en la médula retorcida,
en la ausencia de párrafos
para simplificar nuestra vida.
Bastará?
Bastará con explorar
la creatividad,
leer los consejos
de aquellos que se organizaron
en sus propios métodos
para poner en palabras
sus propias sombras y clamores.
Bastará
con el simple deseo,
el llamado que le queremos
hacer al mundo:
estoy acá
abracémonos,
démonos un beso,
compartamos una tarde juntos.
Bastará
con las cosas inventadas,
con el espacio limitado
de esta hoja
en la que escribo
la textura
el amontonamiento.
Bastará
con mi experiencia,
con el detalle,
con la anticipación
de los desastres esperados.
Qué
me
impulsa
a
querer
que
me
lean.
La
voz
se
pronuncia
escritora.
La inspiración flota
en las melodías
de cualquier ruido,
se acurruca
entre los asientos
de la vuelta a casa
camino al olvido
camino al encuentro.
Cuando odio
cuando amo
cuando le hablo
a una amiga
sobre cómo están las cosas
y qué dijo
alguien más al respecto.
Y está
en la atracción
hacia el invento,
en la duda
de no saber
si el portazo lo inventé
para las líneas
o si fue real
e igual se encuentra plegado
en cualquier historia
que pueda contar.
Suenan las hojas
que se pasan
y se detienen
en todo lo que está dicho.
Otra vez
aprieto mis dientes,
muerdo mis uñas,
enmaraño los pensamientos;
acumulo
escritos en lápiz
entre mis cuadernos
de flores y jardines.
De igual forma
lo sé:
soy poeta,
condenada a ello,
y se siente muy bien.
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