miércoles, 24 de agosto de 2016

Hogar

Enajenada a las cosas
cambio piel por ojos,
busco un golpe en la puerta
que desate caos.
En la otra habitación
se mueven las cortinas,
se arman las palabras
hasta colapsar la lengua.
Me olvido
del color de mi nombre.
Azul azul
eureka azul.
No recuerdo
el día que hundí
la carcajada en la pared
esperando que esta casa
me sepulte
de la manera más absurda,
una deconstrucción
de cimientos roídos
por el odio de las personas
que construyen
muros en sus camas,
de sábanas
de agujeros negros.
Atontada de lucidez
encuentro,
entre los pliegues de luz,
el sol de la mañana
o la expresión amanecida
de una noche larga.
Nos llaman a comer
como cuando niños;
yo observo,
cómplice,
el espectáculo de cada día.
Y es esta estaticidad
virulenta
fiel adormecimiento
que nos arrastra hacia la mesa
en la que las manos ya no comparten
no los cuerpos dicen verdades.
Vuelvo luego
nadando por las escaleras
hacia mi habitación
de mujer niña
creyendo que tal vez
salga de este abismo
de esta invasión de otredades
en la que ahora
soy madeja
y mañana
imposibilidad.
Otra vez
la ropa planchada,
la estufa en su temperatura justa.
Me observo en el espejo,
con mis uñas
rasco las paredes,
Tan así será
enajenada a las cosas
atontada de lucidez.











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