Me gusta la dejadez
con la que me llamas con tu voz.
Cómo tiemblan tus labios
cuando me arman
en una fricativa
para dejarme arrastrar
por la lengua larga,
y dejarme caer
en el círculo
de tus sorpresas.
Me gusta, también,
que me arranques, luego,
con un sonido vibrante
para terminar en la encía,
y ya no tengas más remedio
que aceptar
que mi nombre
te cuesta lágrimas
de verde río.
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