-
I was thinking about you.
No, sorry
it wasn’t you
I was thinking about your umbrella,
your black umbrella
the day you entered through that door.
I remember
that I was talking
with a fella,
he was promising me some Saturday’s night
but I stared at you.
You realized that
and smiled at me,
I asked that stupid question
about the rain
just to say something.
Despite of having the umbrella
you were all wet.
You sat and had a cup of coffee
as I kept looking at you.
After a while
you invited me to take a sit with you
-so-polite-
-Why don’t you use it?
-What?
-The umbrella.
-Oh, I don’t know. I think I don’t like it.
-I can fix it.
-How?
I took that pink permanent marker,
never figured out why I had one,
and I painted a big star
on your umbrella.
While I was doing it
you just kept silence
and drank your coffee.
You had one eye on me.
I know
you were looking at me,
so nicely.
When you left
it was pouring so hard
but you were using
that pink and black umbrella.
martes, 28 de septiembre de 2010
jueves, 9 de septiembre de 2010
Decir: te amo.
.
- Me decis a mí asqueroso porque mezclo las galletitas dulces con las saladas y tu sueño, ¿no es un asco?
- Depende de la perspectiva en lo mires. Supongo que simplemente es algo surrealista, expresionista si se quiere.
- ¿Eh? Soñar que se te va a salir una muela pero queda colgando de un pedazo de encía que es como una carne gomosa que se estira, ¿es algo expresionista? Yo creo que es un asco, más si me lo contas en el desayuno.
- Ay, qué nenito de mamá. Che, ¿y vos compras el diario?
- No, leo las noticias por internet cuando tengo ganas.
- Ay, ay. Encerrado en su propia burbuja el nene.
- ¡Qué! Ahí tenes la compu, prendela y fijate.
- No, discúlpame. Soy una chica de la vieja escuela. Me gusta el papel, la tinta manchando mis dedos, arrugar las hojas con las ridiculeces que tengo que leer.
- Bueno, si queres acá abajo, casi en la esquina, tenes el quiosco de diarios.
- Sí, me di cuenta hace un tiempo. Digo, no es la primera vez que vengo a tu casa.
- ¿Tengo que ir a comprar yo?
- No me pongas esa cara de víctima, aunque te quede hermosa, sos un caradura. Voy yo, de paso respiro un poco de aire fresco.
- En medio de todo este bochinche nunca hay aire fresco.
- Me llevo este sobretodo tuyo de acá. Mirá como me queda, parezco una carpa. ¿salgo así en ojotas?
- Sí, ya fue.
- Me extrañaste, ¿bichi?
- Por supuesto, mi reina.
- Qué hijo de puta mentiroso que sos.
- Ey, por qué ese nivel de agresión. Vos empezaste con la ironía.
- ¿No se te ocurre pensar que toda broma tiene algo de verdad y que me gustaría que me extrañaras?
- Uy, cómo estamos querida.
- Uff, qué boludo.
- Vení acá zopenca. No te me pongas chinchuda, dejame darte unos besos.
- No, soltame. No estoy chinchuda, me tengo que ir a cambiar porque llego tarde. Che, posta que se ve más grande el living de día, tenías razón.
- Viste, estos edificios viejos no dejan nunca de sorprenderme. Lástima que estén tan embotados en el medio de la cuidad.
- Igual las puertas son re pesadas, no puedo cerrar la del baño. ¿Me venís a ayudar?
- ¿Tenes miedo que te vea haciendo pis?
- Claro que sí. Mira si te dejo de gustar.
- No tenes que estar todo el día producida, querida. Si con la cara de dormida de hoy a la mañana estabas radiante.
- Ya sé, pero es cuestión de no se… vergüenza. Es la primera vez que me quedo a dormir en tu casa y la verdad no pensé que me ibas a pedir que me quedara.
- ¿Y por qué no lo iba a hacer?
- Que se yo. No me había quedado antes a dormir, nos conocemos hace relativamente poco, y no nos dijimos ...
- ¿Qué?
- Nada, nada. No encuentro el otro zapato, ¿lo viste?
- Fijate debajo de la cama.
- Sí, acá está. Qué genio, te mereces un beso. Che, ¿no tenes que salir vos también en un ratito?
- No, hay reunión hoy y nos dijeron de ir a las cinco de la tarde, así también estamos con los de la noche.
- Ah, bueno. Qué suerte eh. ¿Vas a dormir todo el día?
- Por supuesto que no. No sé con quién te pensas que estás saliendo.
- Ah, ¿ahora estamos saliendo?
- Y sí. Va, no sé. Quizás te gusta aprovecharte sexualmente de este cuerpo mío. Es natural, ya me acostumbré al hecho de haber nacido con este don.
- Callate, Don Juan. Acá la hermosa soy yo.
- O los dos. Selección natural de belleza. Nuestros hijos van a ser perfectos.
- Ah, ¿pensando en hijos?
- Uff, por qué tan a la defensiva. No me pongas a prueba, chiquita.
- No te pongo a prueba. Me tengo que ir.
- Bueno, pero deciselo a tu cara.
- ¿Decirle qué?
- Te estás yendo enojada, decepcionada, no sé. ¿Qué te hice?
- Nada, sólo que me tengo que ir.
- Bueno, pero decímelo antes..
- ¿Decirte qué?
- Que me vas a extrañar. Y no te rías, sabes que es verdad.
- Bueno sí, te voy a extrañar mi don Juan.
- ¡Ahí va! Ves, no tenes por qué mostrarme las garras. Yo también te voy a extrañar. Yo también te amo.
- Me decis a mí asqueroso porque mezclo las galletitas dulces con las saladas y tu sueño, ¿no es un asco?
- Depende de la perspectiva en lo mires. Supongo que simplemente es algo surrealista, expresionista si se quiere.
- ¿Eh? Soñar que se te va a salir una muela pero queda colgando de un pedazo de encía que es como una carne gomosa que se estira, ¿es algo expresionista? Yo creo que es un asco, más si me lo contas en el desayuno.
- Ay, qué nenito de mamá. Che, ¿y vos compras el diario?
- No, leo las noticias por internet cuando tengo ganas.
- Ay, ay. Encerrado en su propia burbuja el nene.
- ¡Qué! Ahí tenes la compu, prendela y fijate.
- No, discúlpame. Soy una chica de la vieja escuela. Me gusta el papel, la tinta manchando mis dedos, arrugar las hojas con las ridiculeces que tengo que leer.
- Bueno, si queres acá abajo, casi en la esquina, tenes el quiosco de diarios.
- Sí, me di cuenta hace un tiempo. Digo, no es la primera vez que vengo a tu casa.
- ¿Tengo que ir a comprar yo?
- No me pongas esa cara de víctima, aunque te quede hermosa, sos un caradura. Voy yo, de paso respiro un poco de aire fresco.
- En medio de todo este bochinche nunca hay aire fresco.
- Me llevo este sobretodo tuyo de acá. Mirá como me queda, parezco una carpa. ¿salgo así en ojotas?
- Sí, ya fue.
- Me extrañaste, ¿bichi?
- Por supuesto, mi reina.
- Qué hijo de puta mentiroso que sos.
- Ey, por qué ese nivel de agresión. Vos empezaste con la ironía.
- ¿No se te ocurre pensar que toda broma tiene algo de verdad y que me gustaría que me extrañaras?
- Uy, cómo estamos querida.
- Uff, qué boludo.
- Vení acá zopenca. No te me pongas chinchuda, dejame darte unos besos.
- No, soltame. No estoy chinchuda, me tengo que ir a cambiar porque llego tarde. Che, posta que se ve más grande el living de día, tenías razón.
- Viste, estos edificios viejos no dejan nunca de sorprenderme. Lástima que estén tan embotados en el medio de la cuidad.
- Igual las puertas son re pesadas, no puedo cerrar la del baño. ¿Me venís a ayudar?
- ¿Tenes miedo que te vea haciendo pis?
- Claro que sí. Mira si te dejo de gustar.
- No tenes que estar todo el día producida, querida. Si con la cara de dormida de hoy a la mañana estabas radiante.
- Ya sé, pero es cuestión de no se… vergüenza. Es la primera vez que me quedo a dormir en tu casa y la verdad no pensé que me ibas a pedir que me quedara.
- ¿Y por qué no lo iba a hacer?
- Que se yo. No me había quedado antes a dormir, nos conocemos hace relativamente poco, y no nos dijimos ...
- ¿Qué?
- Nada, nada. No encuentro el otro zapato, ¿lo viste?
- Fijate debajo de la cama.
- Sí, acá está. Qué genio, te mereces un beso. Che, ¿no tenes que salir vos también en un ratito?
- No, hay reunión hoy y nos dijeron de ir a las cinco de la tarde, así también estamos con los de la noche.
- Ah, bueno. Qué suerte eh. ¿Vas a dormir todo el día?
- Por supuesto que no. No sé con quién te pensas que estás saliendo.
- Ah, ¿ahora estamos saliendo?
- Y sí. Va, no sé. Quizás te gusta aprovecharte sexualmente de este cuerpo mío. Es natural, ya me acostumbré al hecho de haber nacido con este don.
- Callate, Don Juan. Acá la hermosa soy yo.
- O los dos. Selección natural de belleza. Nuestros hijos van a ser perfectos.
- Ah, ¿pensando en hijos?
- Uff, por qué tan a la defensiva. No me pongas a prueba, chiquita.
- No te pongo a prueba. Me tengo que ir.
- Bueno, pero deciselo a tu cara.
- ¿Decirle qué?
- Te estás yendo enojada, decepcionada, no sé. ¿Qué te hice?
- Nada, sólo que me tengo que ir.
- Bueno, pero decímelo antes..
- ¿Decirte qué?
- Que me vas a extrañar. Y no te rías, sabes que es verdad.
- Bueno sí, te voy a extrañar mi don Juan.
- ¡Ahí va! Ves, no tenes por qué mostrarme las garras. Yo también te voy a extrañar. Yo también te amo.
viernes, 20 de agosto de 2010
The broken-hearted historia.
.
Auguro prosperidad a quien cuyo semblante de persona de pocas palabras mereciera tener un presagio de buena fortuna.
Si se fijan bien, es un sujeto de rutinas varias que comienzan en el principio del día y siguen hasta cuando se le ocurra terminar. Sucede que cuenta cada pestaña de sus ojos frente al espejo y cuando pierde la cuenta, empieza otra vez. Dice que llegó hasta la número cientosesenta. Dice que algo en la numerología lo predestina a no llegar mucho más. Pero a veces puede llegar a atardecer y él sigue contándose las pestañas hasta que empieza a dolerle el cuello y de noche no lo deja dormir. Cambia almohadas varias. Recurre a un traumatólogo los martes por la tarde. Le comenta que su dolor se debe al constante stress que le genera el trabajo. La verdad es que hace un año le dio un síncope. Desde entonces trabaja en casa. Sólo se acerca a las oficinas los lunes por la mañana, entrega su trabajo y saluda a sus compañeros. Dice que le molesta que siempre se refieran a él como “corazoncito”. Dice que le molesta la sonrisa que acompaña a ese diminutivo. Le recetan pomadas varias. Ahora se sienta, cuenta lentamente, se pierde en el cuarentaycinco; muy poco esta vez. Y es que comienza a no ver bien. Le duele la cabeza, se le nubla la vista. Antes de ir al oculista se le da por experimentar con una lupa entre medio de sus ojos y el espejo. Al cabo de dos días resuelve que es demasiado complicado. De todas maneras, a su edad, ya era claro que necesitaría anteojos. Recurre al oculista. Dice que no había mucha luz en el consultorio, no era justo para él, si con un poco más de esfuerzo alcanzaría a vislumbrar correctamente las letras más chiquitas. Dice que eso escrito en el cartón no se parecía a una E. Le recetan unos cilindros. Así le dice. Consigue los anteojos y se le da por abandonar a sus pestañas. Ahora su vida gira en torno a los lentes. Se compra un telescopio, pero las estrellas son todas las mismas y de las fugaces aún espera que le cumplan sus deseos. Pasa días sin hacer nada. Es lunes otra vez. Hace las compras. Se topa con una revista sobre pesca. Viaja a Chascomús. Le llueve en la ida, le llueve en la pesca, le llueve en la vuelta. Gripe. Y vuelve la primavera. Alergia. Y se hace verano. Y podría intentar eso de tomar sol en la terraza hasta que lo llama su amigo Fabricio. Viajan a Mar del Plata. Conoce a Verónica. Para el invierno se olvidan. Se siente como el ocaso de los días más prósperos. Proclive a la penumbra pero aún dispuesto a aportar su granito de arena al mundo. Destina mitad de su sueldo a comedores varios. Se alista en la cruz roja, organiza grupos de autoayuda. Conoce a Brisa y al budismo. Zen, yoga y paz. Conoce los celos y el engaño. Un ataque de ira lo arrastra de urgencias a las camas del hospital. Los clics de las lapiceras de los médicos insinúan by pass. Promete un corazón sin tropiezos. Cambia de aires. Ya no sale de casa por si acaso. Ya no hace esfuerzo por si acaso. Desenchufa relojes y emociones. Lo invade la vida nocturna. Talks shows y productos de sprayette. Tecito. Caramelo. Madrugada. Zumbido. Ronquidos. Medio cuerpo en el sueño. Medio otro colgado del vacío. Se olvida de los lunes. Se olvida del teléfono. Llora. De vez en cuando reza y vuelve a llorar. Tres pestañas se le caen al pasar por su propia sombra una y otra vez. Recurre a un psicólogo. Se encomienda a dios un día de pronosticada lluvia y se va hasta Lujan caminando. En el camino, la revelación. Se vuelve. Lee las enseñanzas de Zaratustra. Lee a Joyce y a Hemingway. Se aburre. Recurre a la poesía. No la entiende. Crucigramas. Sudokus. Quizás es mejor volver a la pestañas. Setecientasveinteycuatro son las que sueña. Intenta contarlas. No las encuentra. Corazoncito, ¿dónde te metiste todo este tiempo? Enhorabuena que te sale la jubilación. Los lunes son ahora un vacío en la caja torácica de la rutina bipolar. ¿Captas la onda? Dice que está feliz de no tener que…, pero que es capaz de… Y buscando se da cuenta que ya no importan ni la colección de estampillas, ni los kilómetros caminados por las tardes, ni la radio, ni la cervical, ni las aceitunas, las perillas, las escobas y bisagras. Ni las migajas del pan de ayer que pagó con cambio. Es él con él y sin él.
Un buen día como hoy es que él recurre a mí, que natural vidente he nacido y con ello me gano la vida.
- … y entonces ya no se qué hacer.
- Entiendo. Bueno, esta carta me sugiere un giro inesperado en su vida. Cambios bruscos. Quizás lo que necesite está a punto de sucederle en cualquier momento, pero antes debe entender por qué le pasa lo que le pasa.
- ¿Y eso cómo lo logro?
- Debe poder visualizar el momento en el cuál sus problemas empezaron a tomar forma.
Un leve y sentido dolor empieza a ascender desde su brazo izquierdo hasta su pecho. Se manifiesta como un pánico.
Frío.
Humedad.
Auguro prosperidad a quien cuyo semblante de persona de pocas palabras mereciera tener un presagio de buena fortuna.
Si se fijan bien, es un sujeto de rutinas varias que comienzan en el principio del día y siguen hasta cuando se le ocurra terminar. Sucede que cuenta cada pestaña de sus ojos frente al espejo y cuando pierde la cuenta, empieza otra vez. Dice que llegó hasta la número cientosesenta. Dice que algo en la numerología lo predestina a no llegar mucho más. Pero a veces puede llegar a atardecer y él sigue contándose las pestañas hasta que empieza a dolerle el cuello y de noche no lo deja dormir. Cambia almohadas varias. Recurre a un traumatólogo los martes por la tarde. Le comenta que su dolor se debe al constante stress que le genera el trabajo. La verdad es que hace un año le dio un síncope. Desde entonces trabaja en casa. Sólo se acerca a las oficinas los lunes por la mañana, entrega su trabajo y saluda a sus compañeros. Dice que le molesta que siempre se refieran a él como “corazoncito”. Dice que le molesta la sonrisa que acompaña a ese diminutivo. Le recetan pomadas varias. Ahora se sienta, cuenta lentamente, se pierde en el cuarentaycinco; muy poco esta vez. Y es que comienza a no ver bien. Le duele la cabeza, se le nubla la vista. Antes de ir al oculista se le da por experimentar con una lupa entre medio de sus ojos y el espejo. Al cabo de dos días resuelve que es demasiado complicado. De todas maneras, a su edad, ya era claro que necesitaría anteojos. Recurre al oculista. Dice que no había mucha luz en el consultorio, no era justo para él, si con un poco más de esfuerzo alcanzaría a vislumbrar correctamente las letras más chiquitas. Dice que eso escrito en el cartón no se parecía a una E. Le recetan unos cilindros. Así le dice. Consigue los anteojos y se le da por abandonar a sus pestañas. Ahora su vida gira en torno a los lentes. Se compra un telescopio, pero las estrellas son todas las mismas y de las fugaces aún espera que le cumplan sus deseos. Pasa días sin hacer nada. Es lunes otra vez. Hace las compras. Se topa con una revista sobre pesca. Viaja a Chascomús. Le llueve en la ida, le llueve en la pesca, le llueve en la vuelta. Gripe. Y vuelve la primavera. Alergia. Y se hace verano. Y podría intentar eso de tomar sol en la terraza hasta que lo llama su amigo Fabricio. Viajan a Mar del Plata. Conoce a Verónica. Para el invierno se olvidan. Se siente como el ocaso de los días más prósperos. Proclive a la penumbra pero aún dispuesto a aportar su granito de arena al mundo. Destina mitad de su sueldo a comedores varios. Se alista en la cruz roja, organiza grupos de autoayuda. Conoce a Brisa y al budismo. Zen, yoga y paz. Conoce los celos y el engaño. Un ataque de ira lo arrastra de urgencias a las camas del hospital. Los clics de las lapiceras de los médicos insinúan by pass. Promete un corazón sin tropiezos. Cambia de aires. Ya no sale de casa por si acaso. Ya no hace esfuerzo por si acaso. Desenchufa relojes y emociones. Lo invade la vida nocturna. Talks shows y productos de sprayette. Tecito. Caramelo. Madrugada. Zumbido. Ronquidos. Medio cuerpo en el sueño. Medio otro colgado del vacío. Se olvida de los lunes. Se olvida del teléfono. Llora. De vez en cuando reza y vuelve a llorar. Tres pestañas se le caen al pasar por su propia sombra una y otra vez. Recurre a un psicólogo. Se encomienda a dios un día de pronosticada lluvia y se va hasta Lujan caminando. En el camino, la revelación. Se vuelve. Lee las enseñanzas de Zaratustra. Lee a Joyce y a Hemingway. Se aburre. Recurre a la poesía. No la entiende. Crucigramas. Sudokus. Quizás es mejor volver a la pestañas. Setecientasveinteycuatro son las que sueña. Intenta contarlas. No las encuentra. Corazoncito, ¿dónde te metiste todo este tiempo? Enhorabuena que te sale la jubilación. Los lunes son ahora un vacío en la caja torácica de la rutina bipolar. ¿Captas la onda? Dice que está feliz de no tener que…, pero que es capaz de… Y buscando se da cuenta que ya no importan ni la colección de estampillas, ni los kilómetros caminados por las tardes, ni la radio, ni la cervical, ni las aceitunas, las perillas, las escobas y bisagras. Ni las migajas del pan de ayer que pagó con cambio. Es él con él y sin él.
Un buen día como hoy es que él recurre a mí, que natural vidente he nacido y con ello me gano la vida.
- … y entonces ya no se qué hacer.
- Entiendo. Bueno, esta carta me sugiere un giro inesperado en su vida. Cambios bruscos. Quizás lo que necesite está a punto de sucederle en cualquier momento, pero antes debe entender por qué le pasa lo que le pasa.
- ¿Y eso cómo lo logro?
- Debe poder visualizar el momento en el cuál sus problemas empezaron a tomar forma.
Un leve y sentido dolor empieza a ascender desde su brazo izquierdo hasta su pecho. Se manifiesta como un pánico.
Frío.
Humedad.
martes, 3 de agosto de 2010
Ver te de mí ,
Algo tiene que salir. Después de un rato, después de lapsos.
Es interesante como los dedos se pierden en el sexo y empiezan a moverse lentamente hasta consignar una velocidad adecuada. Eligen caprichosamente la expresión del deseo. Y luego de todo, quieren seguir haciéndolo.
Nunca podría admitir que deseo más personas de las que me interesan.
Hay una consigna esta noche, si la pulcritud de los espacios vacíos del tiempo no avisan que mañana hay que correr de nuevo por la vida. Alcanzar – la.
Siento que todo este tiempo estuve enamorada de la risa anónima.
Se mira para arriba, a la enredadera de ramas. El cielo siempre es la porción de vista fragmentada por cables, reuniones, nubes y estrellas. Las alas de las aves que cruzan volando los espacios inventan círculos y paradigmas. De alguna manera parecen nunca avanzar. Nadan contra la corriente de viento.
Reproducción.
El sol brilla tan alto. Me quema la piel de a poquito. Anuncia el verano.
Cuando te escucho, presumo que estás hablando desde el lugar de una persona que intenta expresar lo significativo de ser un escritor. Entonces los adornos, las palabras adjetivadas, corrientes de ideologías póstumas, accesos a la enciclopedia mental como una suerte de álbum de figuritas del lector. Pero tu pluma se desquita con inventar cómo debe ser respirar debajo del agua.
Accesos de tos.
La marea sube hasta los ojos y vuelve con violencia hacia los pies. Todo está planeado para caer y sin embargo la soga nos sujeta el cuello, nos mantiene en vilo.
Arcadas, y nada más.
¿Qué me duele?
La esquina de piel que cae porque el sol la seca al mediodía cuando me quedo dormida en la penumbra de la idea de hacerte un hueco entre mis silencios y que no quieras ocupar ese espacio.
Recorro los estandartes de la desolación, cruzo caprichos y llego a la voz de la calma.
Me dice: anda despacio, deja que los pies hablen con el ritmo que se les antoje.
A ver quién…
quién le quita al sueño
estas caras durmientes.
Poco a poco se multiplica tu figura, montada una encima de la otra. Sos miles de rostros repetidos con cada golpe.
Seco,
golpe
séco
secó
se - co.
Es gracioso, hilarante, estúpidamente ridículo; y hasta se me antoja delicioso el confundir, el andar errada y creer en las cosas que dolerán luego, como si se me fuera el grito en ese antojo.
Pulcritud que mancha las vigas de la importancia.
Creíste amar las arrugas de mi rostro. No te importaba la aspereza de los ojos contemplando el infinito porque allí podrías reflejarte, siendo adecuado que te devolviera a tu imagen por amor puro, por esas delicias de la imprudencia de atreverse a mirar un poco más y encontrar a la persona dormida.
Llévense los vasos
en los que se posan mis labios
Aún respiro.
Vuelve la noche lejos de mí. Y la calma me dice: no esperes.
¿Había que correr por la vida? ¿Y no parar?
¿En qué renglón nos perdimos? Ya empiezo a contar, unodosytres, de nuevo.
Por las oscuras y tristes maniobras de mis brazos estirándose. Llevan las flores, llevan el andar y la risa.
Las carcajadas que desembarcan en las aguas revueltas del río ancho que ilumina al puerto y al ahogado.
Las alas de aves,
aves de alas que vuelan, pero no todas las alas de las aves vuelan.
La mías aletean y descansan fatigadas.
Después de todo supongo que habrás de recordar las casas de tu niñez. Las personas que intentaron amamantarte, y a mi pecho que buscó tus melodías porque no sabía callarse.
Dolían entonces los juegos y las luces de los faroles en la hora mágica. Más a gusto estábamos en el puerto, si ya no olía a veneno estancado, y las grúas, y las grietas, y todo eso que casi parecía espuma de mar envolviendo los pies desnudos que dejarían sus huellas para siempre en ese suelo estrepitoso.
Devolver e imaginar.
Contemplar y contemplarte.
El viento hoy es frío y suena a despedida.
Cuando te escucho presumo que tus palabras no significan nada, siempre sonando como un teléfono descompuesto.
Tus palabras no deben significar nada. En cambio esa manera de apretar los puños y de callar.
Me apura el vértigo y digo que quizás es mejor esconderse debajo de las sábanas.
Porque acaso todo este tiempo sólo estuve fingiendo y mi rostro es el de llorar, y mi rostro es el de recordar todo lo que ya no duele, todo lo que volverá a nacer:
La esperanza.
La canción.
Hablan de mí
porque me anime a vestir
los zapatos de piedra.
Es interesante como los dedos se pierden en el sexo y empiezan a moverse lentamente hasta consignar una velocidad adecuada. Eligen caprichosamente la expresión del deseo. Y luego de todo, quieren seguir haciéndolo.
Nunca podría admitir que deseo más personas de las que me interesan.
Hay una consigna esta noche, si la pulcritud de los espacios vacíos del tiempo no avisan que mañana hay que correr de nuevo por la vida. Alcanzar – la.
Siento que todo este tiempo estuve enamorada de la risa anónima.
Se mira para arriba, a la enredadera de ramas. El cielo siempre es la porción de vista fragmentada por cables, reuniones, nubes y estrellas. Las alas de las aves que cruzan volando los espacios inventan círculos y paradigmas. De alguna manera parecen nunca avanzar. Nadan contra la corriente de viento.
Reproducción.
El sol brilla tan alto. Me quema la piel de a poquito. Anuncia el verano.
Cuando te escucho, presumo que estás hablando desde el lugar de una persona que intenta expresar lo significativo de ser un escritor. Entonces los adornos, las palabras adjetivadas, corrientes de ideologías póstumas, accesos a la enciclopedia mental como una suerte de álbum de figuritas del lector. Pero tu pluma se desquita con inventar cómo debe ser respirar debajo del agua.
Accesos de tos.
La marea sube hasta los ojos y vuelve con violencia hacia los pies. Todo está planeado para caer y sin embargo la soga nos sujeta el cuello, nos mantiene en vilo.
Arcadas, y nada más.
¿Qué me duele?
La esquina de piel que cae porque el sol la seca al mediodía cuando me quedo dormida en la penumbra de la idea de hacerte un hueco entre mis silencios y que no quieras ocupar ese espacio.
Recorro los estandartes de la desolación, cruzo caprichos y llego a la voz de la calma.
Me dice: anda despacio, deja que los pies hablen con el ritmo que se les antoje.
A ver quién…
quién le quita al sueño
estas caras durmientes.
Poco a poco se multiplica tu figura, montada una encima de la otra. Sos miles de rostros repetidos con cada golpe.
Seco,
golpe
séco
secó
se - co.
Es gracioso, hilarante, estúpidamente ridículo; y hasta se me antoja delicioso el confundir, el andar errada y creer en las cosas que dolerán luego, como si se me fuera el grito en ese antojo.
Pulcritud que mancha las vigas de la importancia.
Creíste amar las arrugas de mi rostro. No te importaba la aspereza de los ojos contemplando el infinito porque allí podrías reflejarte, siendo adecuado que te devolviera a tu imagen por amor puro, por esas delicias de la imprudencia de atreverse a mirar un poco más y encontrar a la persona dormida.
Llévense los vasos
en los que se posan mis labios
Aún respiro.
Vuelve la noche lejos de mí. Y la calma me dice: no esperes.
¿Había que correr por la vida? ¿Y no parar?
¿En qué renglón nos perdimos? Ya empiezo a contar, unodosytres, de nuevo.
Por las oscuras y tristes maniobras de mis brazos estirándose. Llevan las flores, llevan el andar y la risa.
Las carcajadas que desembarcan en las aguas revueltas del río ancho que ilumina al puerto y al ahogado.
Las alas de aves,
aves de alas que vuelan, pero no todas las alas de las aves vuelan.
La mías aletean y descansan fatigadas.
Después de todo supongo que habrás de recordar las casas de tu niñez. Las personas que intentaron amamantarte, y a mi pecho que buscó tus melodías porque no sabía callarse.
Dolían entonces los juegos y las luces de los faroles en la hora mágica. Más a gusto estábamos en el puerto, si ya no olía a veneno estancado, y las grúas, y las grietas, y todo eso que casi parecía espuma de mar envolviendo los pies desnudos que dejarían sus huellas para siempre en ese suelo estrepitoso.
Devolver e imaginar.
Contemplar y contemplarte.
El viento hoy es frío y suena a despedida.
Cuando te escucho presumo que tus palabras no significan nada, siempre sonando como un teléfono descompuesto.
Tus palabras no deben significar nada. En cambio esa manera de apretar los puños y de callar.
Me apura el vértigo y digo que quizás es mejor esconderse debajo de las sábanas.
Porque acaso todo este tiempo sólo estuve fingiendo y mi rostro es el de llorar, y mi rostro es el de recordar todo lo que ya no duele, todo lo que volverá a nacer:
La esperanza.
La canción.
Hablan de mí
porque me anime a vestir
los zapatos de piedra.
miércoles, 14 de julio de 2010
Somos dos: II. Guardemos.
Esperma.
¿Qué podemos decir del esperma?
Hoy dije, qué dijimos.
Semen, dice Maro. Una canción de los redondos se llama semen up.
Seven up, o semen up.
El encendedor de mi hermano baila entre mis dedos. Suena, chispea, quema.
Pánico y locuras en el country. En "barrancas" queda más chic. Usemos los términos. Vendámoslos.
Donantes de esperma. Yo quiero ser donante de esperma. Es mi donación al mundo.
¿Contribución?, me pregunta.
Quizás.
Bono lo cantaba cuando estaba de drogas. Hay dos temas que hablan sobre la droga.
1. bAD
2. rUNNING TO STAND STILL
Ese no lo tengo, ¿cuál es que el tengo yo, Pety?
Acthung baby, sweetheart.
[ Y para colmo decís: estamos drogados y ese es nuestro estado. Join us or not. ]
Shit happens. Casi al mismo nivel.
Telégrafa. Pienso que esa palabra tiene que llevar un acento importante en la útlima “a” que no existe.
Yo soy eso. Voy a escribir las crónicas de nuestra…
¿Qué? ¿Nuestra qué? Hablame bien y alto porque estoy sorda, Peuty.
Julie du Peuty.
Hay que saber de su vida, me dice Maro.
Julie du Peuty is on Facebook. Join Facebook to connect with Julie du Peuty and others you may know. Facebook gives people the power to share and makes the ...
Es importante Belty. No, Pelty.
¿Qué tenes con las L, Maro? Te gusta la lala, por las eles.
Son diferentes las invasiones, dice Maro.
No, dijo “acentuaciones”.
Lo que pasa es que Maro no sabe pronunciar las palabras correctamente. En realidad, lo que ella sufre es la inteligencia del genio, valga la redundancia. Pero, como cuenta la leyenda, la genialidad del genio radica en su genialidad por la música, lo que hace que no pueda desarrollar el lenguaje verbal pero sí el lenguaje musical.
Seres con oído póstumo, no así su capacidad de comunicación lingüística con el mundo.
Maro no puede hablar, pronuncia mal las palabras.
Y yo, yo. Invento excusas. Me tiemblan las manos.
Esto no es.
No, y en esta negativa: la respuesta.
Puede ser. Somos un video de mtv, afirma Maro.
Siento mis manos muy largas, y se mueven al son de una música. Tan sólo un poco, como si nada, como si fuesen algo más; y son magas de nuevo, como reptiles, como los sapos que pueden saltar lejos y no ser vistos, no ser vistos por sus víctimas. No ser escuchados siquiera. Entonces dedos largos como eso y nada más que eso. Venas largas porque parecen ser venas de piel, del color de la piel, pero son venas de piel, no del color de la piel ¿Cómo puede ser posible? Como venas secas entonces, pero no. Están vivas porque se mueven y cada vez mas rápido, sin margen de error.
Error fatal no deber haber entre las palabras. No debe existir percepción. No quieren ser escuchadas porque de ahí radica su fama, de ser señoras de la discordia, de ser palabras que reniegan de serlo por el simple hecho de tener la carga verbal de destruir y crear a su antojo. Es casi como si pudiese tocar todas las notas del tema que estoy escuchando. Siento esa facilidad que sienten los músicos cuando tocan instrumentos. Igual no los puedo entender.
Recreo mental.
You used to be all right, what happened?
Etcetera, etcetera …
¿Qué podemos decir del esperma?
Hoy dije, qué dijimos.
Semen, dice Maro. Una canción de los redondos se llama semen up.
Seven up, o semen up.
El encendedor de mi hermano baila entre mis dedos. Suena, chispea, quema.
Pánico y locuras en el country. En "barrancas" queda más chic. Usemos los términos. Vendámoslos.
Donantes de esperma. Yo quiero ser donante de esperma. Es mi donación al mundo.
¿Contribución?, me pregunta.
Quizás.
Bono lo cantaba cuando estaba de drogas. Hay dos temas que hablan sobre la droga.
1. bAD
2. rUNNING TO STAND STILL
Ese no lo tengo, ¿cuál es que el tengo yo, Pety?
Acthung baby, sweetheart.
[ Y para colmo decís: estamos drogados y ese es nuestro estado. Join us or not. ]
Shit happens. Casi al mismo nivel.
Telégrafa. Pienso que esa palabra tiene que llevar un acento importante en la útlima “a” que no existe.
Yo soy eso. Voy a escribir las crónicas de nuestra…
¿Qué? ¿Nuestra qué? Hablame bien y alto porque estoy sorda, Peuty.
Julie du Peuty.
Hay que saber de su vida, me dice Maro.
Julie du Peuty is on Facebook. Join Facebook to connect with Julie du Peuty and others you may know. Facebook gives people the power to share and makes the ...
Es importante Belty. No, Pelty.
¿Qué tenes con las L, Maro? Te gusta la lala, por las eles.
Son diferentes las invasiones, dice Maro.
No, dijo “acentuaciones”.
Lo que pasa es que Maro no sabe pronunciar las palabras correctamente. En realidad, lo que ella sufre es la inteligencia del genio, valga la redundancia. Pero, como cuenta la leyenda, la genialidad del genio radica en su genialidad por la música, lo que hace que no pueda desarrollar el lenguaje verbal pero sí el lenguaje musical.
Seres con oído póstumo, no así su capacidad de comunicación lingüística con el mundo.
Maro no puede hablar, pronuncia mal las palabras.
Y yo, yo. Invento excusas. Me tiemblan las manos.
Esto no es.
No, y en esta negativa: la respuesta.
Puede ser. Somos un video de mtv, afirma Maro.
Siento mis manos muy largas, y se mueven al son de una música. Tan sólo un poco, como si nada, como si fuesen algo más; y son magas de nuevo, como reptiles, como los sapos que pueden saltar lejos y no ser vistos, no ser vistos por sus víctimas. No ser escuchados siquiera. Entonces dedos largos como eso y nada más que eso. Venas largas porque parecen ser venas de piel, del color de la piel, pero son venas de piel, no del color de la piel ¿Cómo puede ser posible? Como venas secas entonces, pero no. Están vivas porque se mueven y cada vez mas rápido, sin margen de error.
Error fatal no deber haber entre las palabras. No debe existir percepción. No quieren ser escuchadas porque de ahí radica su fama, de ser señoras de la discordia, de ser palabras que reniegan de serlo por el simple hecho de tener la carga verbal de destruir y crear a su antojo. Es casi como si pudiese tocar todas las notas del tema que estoy escuchando. Siento esa facilidad que sienten los músicos cuando tocan instrumentos. Igual no los puedo entender.
Recreo mental.
You used to be all right, what happened?
Etcetera, etcetera …
viernes, 9 de julio de 2010
Somos dos: I. Entre sábanas.
.
Me duermo.
Digo, me viene el sueño. Digo, me pesan los párpados, me siento relajada, mi cuerpo se acomoda en esa posición algo extraña y no duele ninguna esquina, ninguna articulación. Tampoco suenan los dedos cuando los estrujo unos contra otros y los estiro hasta que se tensan, hasta que llegan al límite; ese límite que te hace dar cuenta que no dan para más, que ya no van a sonar.
Me duermo.
- ¿Qué?
Ya me desperté.
- Perdón.
Está bien.
Tengo los pies fríos. Me gusta tener mala circulación. Me gusta asomar la vista hacia el final de la cama y ver los pies un poco más allá de los ojos, casi bordeando los costados más ajustados de la sábana pero sin llegar al fin, y entonces es darme cuenta que nunca voy a crecer lo suficiente para desbordar la cama y abrazarla ida y vuelta con mis brazos y piernas. Digo, levantar mi cabeza apenas para ver los pies, los pies blancos, inertes, en ese otro lado. Pies muertos.
- Escucha.
¿Qué?
- Eso, de nuevo.
Me muevo bruscamente buscando cambiar mi posición para no hacerle caso. Lo habrá entendido porque se queda mudo unos instantes, boca arriba. Yo, con mi torso hacia la cama y mi rostro contemplándolo. Ahora entiendo que está esperando volver a escuchar lo que cree haber escuchado.
No es nada.
- Sí, lo es.
Y cuando me dicen las cosas con una convicción determinada, siento que de alguna manera me están derrumbando. Algo dentro teme y quiere manifestarse con tal fervor que me siento avergonzada y tengo que hacer un esfuerzo sublime para dejarlo en vilo, aprisionarlo y tirarlo al rincón más recóndito de mi ser sin procesarlo, digiriéndolo quizás en un lenguaje corporal ínfimo, como un pequeño tambaleo o un morderme el labio.
¿Entonces?
- Algo, no sé.
Los pasillos, los relojes, el espacio abierto entre la puerta y el piso. Las paredes y los sueños. Pesadilla. Malestar. Un vaso de leche. La tele encendida, mezclando sus emisiones con retazos de mal dormir y preocupaciones del día. El leve sonido de la almohada al ser arrojada cuando ya no sirve ni para imaginar que estas abrazando a alguien. Un motor que arranca, puertas que se cierran. Una persona que grita afuera.
Te imaginas.
- No.
Frunzo el ceño. Resoplo. Todo vale para sacar el miedo que ya se acumula en mis manos. Pero nunca voy a admitir que yo también escuché algo. Ese algo que no tiene más que la descripción de abarcarlo todo, de ser genérico por descarte. Se anuncia cuando menos te lo esperas. Lo hace de esa manera tan sincronizada para no entenderlo. Percibirlo pero no entenderlo. Aún así, se te queda en la piel resonando como si tu cuerpo mismo fuese una caja inmensa y vacía a donde van a parar todos los sonidos. Y ese algo cae como una gota de agua. Constante y frío.
Me queres
- ¿Qué?
Asustar.
- No. Tal vez,
¿Qué?
- es el viento
Sí. Las hojas en otoño ocupan la casa y la capa de tierra cubre todo lo que se descuida. Las trae el viento, como trae también a la lluvia y a los días secos.
- contra la ventana.
Las proporciones de los espacios en los que vivimos están mal distribuidas. Exageradas. La cama nuestra está acá, pero la separa un largo trecho de la ventana. Un trecho en el cual nada pasa, nada hay, nada podría suceder. Allí guardo mis ratos de meditación. Allí se pierden mis ojos cuando en la oscuridad buscan la luz que le niegan los horarios, luz que se filtra por aquella ventana. Ventana que de todos lados parece estar agujereada, mordida, a punto de hundirse en el olvido si no fuera por la pared que la sostiene, que se raja y descascara con el único propósito de seguirla sosteniendo.
Claro que es la ventana, si no cierra.
- Sí, es vieja.
Y sí.
- Entonces.
Claro, eso. Lo irremediablemente eso.
- Bueno.
Y los dos parecemos sincronizar en el mismo punto del techo en el que deseamos desaparecer. Sus manos también deben pesarle.
Dale, date vuelta.
- Dame sábana.
Buenas noches.
Me duermo.
Digo, me viene el sueño. Digo, me pesan los párpados, me siento relajada, mi cuerpo se acomoda en esa posición algo extraña y no duele ninguna esquina, ninguna articulación. Tampoco suenan los dedos cuando los estrujo unos contra otros y los estiro hasta que se tensan, hasta que llegan al límite; ese límite que te hace dar cuenta que no dan para más, que ya no van a sonar.
Me duermo.
- ¿Qué?
Ya me desperté.
- Perdón.
Está bien.
Tengo los pies fríos. Me gusta tener mala circulación. Me gusta asomar la vista hacia el final de la cama y ver los pies un poco más allá de los ojos, casi bordeando los costados más ajustados de la sábana pero sin llegar al fin, y entonces es darme cuenta que nunca voy a crecer lo suficiente para desbordar la cama y abrazarla ida y vuelta con mis brazos y piernas. Digo, levantar mi cabeza apenas para ver los pies, los pies blancos, inertes, en ese otro lado. Pies muertos.
- Escucha.
¿Qué?
- Eso, de nuevo.
Me muevo bruscamente buscando cambiar mi posición para no hacerle caso. Lo habrá entendido porque se queda mudo unos instantes, boca arriba. Yo, con mi torso hacia la cama y mi rostro contemplándolo. Ahora entiendo que está esperando volver a escuchar lo que cree haber escuchado.
No es nada.
- Sí, lo es.
Y cuando me dicen las cosas con una convicción determinada, siento que de alguna manera me están derrumbando. Algo dentro teme y quiere manifestarse con tal fervor que me siento avergonzada y tengo que hacer un esfuerzo sublime para dejarlo en vilo, aprisionarlo y tirarlo al rincón más recóndito de mi ser sin procesarlo, digiriéndolo quizás en un lenguaje corporal ínfimo, como un pequeño tambaleo o un morderme el labio.
¿Entonces?
- Algo, no sé.
Los pasillos, los relojes, el espacio abierto entre la puerta y el piso. Las paredes y los sueños. Pesadilla. Malestar. Un vaso de leche. La tele encendida, mezclando sus emisiones con retazos de mal dormir y preocupaciones del día. El leve sonido de la almohada al ser arrojada cuando ya no sirve ni para imaginar que estas abrazando a alguien. Un motor que arranca, puertas que se cierran. Una persona que grita afuera.
Te imaginas.
- No.
Frunzo el ceño. Resoplo. Todo vale para sacar el miedo que ya se acumula en mis manos. Pero nunca voy a admitir que yo también escuché algo. Ese algo que no tiene más que la descripción de abarcarlo todo, de ser genérico por descarte. Se anuncia cuando menos te lo esperas. Lo hace de esa manera tan sincronizada para no entenderlo. Percibirlo pero no entenderlo. Aún así, se te queda en la piel resonando como si tu cuerpo mismo fuese una caja inmensa y vacía a donde van a parar todos los sonidos. Y ese algo cae como una gota de agua. Constante y frío.
Me queres
- ¿Qué?
Asustar.
- No. Tal vez,
¿Qué?
- es el viento
Sí. Las hojas en otoño ocupan la casa y la capa de tierra cubre todo lo que se descuida. Las trae el viento, como trae también a la lluvia y a los días secos.
- contra la ventana.
Las proporciones de los espacios en los que vivimos están mal distribuidas. Exageradas. La cama nuestra está acá, pero la separa un largo trecho de la ventana. Un trecho en el cual nada pasa, nada hay, nada podría suceder. Allí guardo mis ratos de meditación. Allí se pierden mis ojos cuando en la oscuridad buscan la luz que le niegan los horarios, luz que se filtra por aquella ventana. Ventana que de todos lados parece estar agujereada, mordida, a punto de hundirse en el olvido si no fuera por la pared que la sostiene, que se raja y descascara con el único propósito de seguirla sosteniendo.
Claro que es la ventana, si no cierra.
- Sí, es vieja.
Y sí.
- Entonces.
Claro, eso. Lo irremediablemente eso.
- Bueno.
Y los dos parecemos sincronizar en el mismo punto del techo en el que deseamos desaparecer. Sus manos también deben pesarle.
Dale, date vuelta.
- Dame sábana.
Buenas noches.
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